La increíble extorsión que sufrió un coleccionista de camisetas

Recibió gruesas amenazas para que regalara casi 90 camisetas históricas del club Instituto. El detenido cayó de una manera insólita.

Un ataque artero al corazón de la pasión. Un coleccionista de camisetas de fútbol de Córdoba padeció una verdadera odisea durante los últimos días. Durante más de 48 horas, recibió todo tipo de intimidaciones con el objetivo que se desprendiera de casi 90 remeras históricas del club Instituto. Una pesadilla que derivó en la detención de un sospechoso insólito.

Según relató la víctima a Cadena 3, todo comenzó el sábado último, cuando un mensaje enviado desde un número que no tenía agendado irrumpió en su Whatsapp. Bajo la foto de su hijita, leyó: «Si la amás, vendé tu colección de Instituto y no te zarpes con el precio. Tenés un mes».

El coleccionista no supo que pensar en ese momento. ¿Alguien lo estaba amenazando de verdad o todo se trataba de una broma de muy mal gusto? No contestó nada y decidió esperar, aunque ya la intranquilidad lo había ganado.

El domingo, temprano, cuando se despertó, ya tenía otros dos mensajes en el celular, del mismo número desconocido. «Ni a la cancha vas a entra. En agüero y avenida del trabajo ay un baldío anda y déjalas en el bandido mañana ala noche si no las dejas Ai te mato avos y atu familia y cuida tu hija cuando salga del jardín entrega las camisetas que abemos todo de vos no la gas peor gil» (sic). En el otro, quien lo «apretaba», hacía alusión de que las camisetas eran reclamadas por «los chicos del pabellón», haciendo alusión a que eran presos los que estaban detrás de toda esta historia.

De inmediato, bloqueó el número y se dirigió a la comisaría 7ª de barrio Alta Córdoba, donde denunció todo en la unidad judicial que allí funciona.

A la tarde, ingresaron nuevas amenazas, ahora por las redes sociales. Mensajes en Facebook e Instagram, desde cuentas «truchas», con fotos tomadas de sus propios posteos. No había margen de dudas: aquí, de broma no había nada.

El lunes, el coleccionista terminó de confirmarlo, aunque ya no hacía falta. Estaba trabajando cuando de otro número de Whatsapp desconocido le ingresó un nuevo mensaje, en el que se adjuntaba la foto de su vehículo estacionado, esa misma mañana, en la puerta. Lo estaban siguiendo.

Desesperado, regresó a la comisaría y amplió la denuncia. La Policía le asignó una custodia permanente en su casa. Y le ofrecieron ejecutar un «delito experimental»: llevar esa noche las camisetas al lugar indicado y montar una discreta guardia en las inmediaciones, para atrapar al extorsionador cuando fuera a buscarlas.

Pero el coleccionista se negó. ¿Y si tenía cómplices? ¿Y si efectivamente se vengaban y atacaban a su familia? Ya no tenía dudas: iba a entregar todo.

Y así lo hizo. Minutos antes de las 23, llegó al descampado indicado, solo, y abandonó allí seis bolsas de consorcio con 89 camisetas históricas de Instituto. Se trata de una colección inédita: son todas casacas utilizadas por futbolistas en partidos oficiales desde 1982 hasta ahora. Un trabajo de años motivado sólo por la pasión.

Dejó todo allí, dio media vuelta y se marchó. Esa noche, no durmió. Esperaba que todo empezara a terminar. Una pesadilla que no lograba entender.

Ya en la mañana del martes, un amigo que trabaja en una empresa de telefonía, que estaba al tanto de lo ocurrido, le trajo un dato que terminó por derrumbarlo. Él le había pedido si podía rastrear a quiénes pertenecían los números de los celulares de los cuales les habían enviado los mensajes extorsivos entre el sábado y el número. Y fue entonces, que apareció un nombre sobre el cual le cayeron todas las fichas.

Los últimos mensajes habían sido enviados desde un chip que aparecía a nombre de un tal «Patricio Arias». El coleccionista abrió grande los ojos y demoró varios segundos en reaccionar.

Se trataba de un joven de barrio General Bustos al que había conocido tres o cuatro años antes, ya que coleccionaba camisetas de Instituto. Se habían contactado por redes sociales y habían canjeado remeras frente a la puerta del club Instituto. De aquellos intercambios, lo tenía como «amigo» en Facebook e Instagram (de donde sacaron las fotos de sus familiares) y creía haber charlado de dónde trabajaba cada uno.

Todo empezaba a cerrar. De inmediato, regresó a la Policía. Lo trasladaron a la Jefatura y volvió a contar todo en el unidad judicial de Delitos Económicos. Tuvo que presentar, una por una, fotos de las 89 camisetas gloriosas que había entregado la noche anterior. Y, sobre todo, dio todo los datos que tenia sobre Patricios Arias, de 36 años.

Los investigadores pronto constataron que este sospechoso vivía a menos de 500 metros del baldío donde había dejado las camisetas. Esa misma tarde, se diagramó el operativo para allanarlo.

Y así fue. Arias, de 36 años, quedó detenido luego de que en su casa se encontraran 80 de las 89 camisetas que el coleccionista había entregado bajo amenazas. El fiscal Raúl Garzón lo imputó de «coacción». Se sospecha que ya había vendido, por poco dinero, las nuevas remeras que faltan. Eso sí: en su placard, ya había colgado la número 9 azul, inédita, que Daniel «Miliki» Jiménez utilizó en la tarde del 12 de junio de 1999 en el viejo Chateau Carreras, donde metió dos goles que sellaron el ascenso de Instituto contra Chacarita.

¿Qué se sospecha? De acuerdo a los datos que manejan los investigadores, Arias tendría algunos problemas de consumo de sustancias tóxicas. Es en este marco que en los últimos tiempos se había ido desprendiendo de su propia colección de camisetas de Instituto (que no era del volumen de la víctima de toda esta historia, sino mucho menor). Ahora, se cree que habría buscado hacerse de estas 89 remeras para poder venderlas, ya que por su anterior colección aún mantenía contactos de personas que querían comprar camisetas históricas de «La Gloria».

La detención, sin embargo, todavía no ha logrado tranquilizar al coleccionista que sufrió esta impensada pesadilla. Hoy, las camisetas continúan secuestradas por la Justicia, pero él ya duda si las quiere de nuevo. Todavía piensa que lo están siguiendo, observando, y duda si Arias actuó solo o con algún cómplice.

«Fue una sensación horrible: sentí temor por mi familia, por mi hija más que todo. Fueron amenazas muy graves, de que me la iban a secuestrar, fotos de mi vehículo estacionado frente a mi lugar de trabajo. Lamentablemente uno no queda tranquilo después de esto, siente temor a cualquier cosa que pueda llegar a pasar. Y, sinceramente, ya no me interesa seguir en el tema del coleccionismo. No sé si algún día recuperaré o no las camisetas que la Justicia secuestró, pero hoy es lo de menos, solamente me interesa el bienestar de mi familia».

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